jueves, 28 de enero de 2010

El vínculo con tu bebé

El embarazo supone para una mujer uno de los acontecimientos más importantes de su vida a todos los niveles. La especial relación que se establece entre una madre y su hijo comienza antes del nacimiento, cuando éste aún es un feto que comienza a formarse. Es lo que se conoce como vínculo de apego afectivo o vínculo afectivo-emocional, un lazo en el que ambos tienen algo que aportar al otro.

La estrecha relación madre-hijo durante el embarazo se produce tanto a un nivel celular como en el apego afectivo, cuyo centro neuronal está en el cerebro, desde las primeras semanas de la gestación.

El término vínculo o apego se ha estudiado desde tres perspectivas (biológica, psíquica-afectiva y social) que lo definen a su manera. En el fondo se trata de todas aquellas relaciones que se establecen entre las personas, especialmente, entre una madre y su hijo y que se pueden materializar, dependiendo del enfoque, en caricias, miradas, alimentación, higiene, sentimientos de desagrado, temor, inseguridad, etc.

Sea como fuere, esta especie de simbiosis madre-hijo se pone ya de manifiesto en la vida prenatal y desde muy pronto. Por un lado, al feto le afectan todos los intercambios que se producen en el organismo de la madre, fruto de las situaciones biológicas y psíquicas que ésta experimenta. Físicamente, madre e hijo comparten unos sistemas específicos de neuronas y hormonas a través de los cuales se establece entre ambos lo que algunos expertos llaman un diálogo emocional. Pero, además, a nivel afectivo se produce también una interacción entre las señales que la madre percibe, por ejemplo la patadas del feto, y la forma en que las corresponde, por ejemplo a través del tacto. Circularmente, la forma de interpretar las señales del pequeño generará en la madre una serie de sentimientos, que pueden ser de seguridad, de ansiedad, de temor, de afecto, etc., y que, a su vez, son percibidos por el feto y repercuten en él, puesto que cualquier tipo de respuesta por parte de la mujer va a generar un fenómeno biológico determinado que modifica el medio en el que su hijo se está desarrollando.

Igualmente, en un plano más social, el tipo de relación que tenga la madre con el padre y el ambiente en general afecta al niño por nacer, puesto que, dependiendo de cómo influyan en la madre las situaciones ambientales próximas, como pueden ser la pareja, la familia o el trabajo, así influirán en su pequeño.

Por ejemplo, una madre que durante el embarazo vive momentos de estrés o ansiedad en su casa o en el trabajo segrega una serie de sustancias nocivas que se transmiten al feto a través de la placenta, produciendo, como consecuencia de ello, que éste experimente también gran agitación y taquicardias.

Pero no sólo es la madre y sus circunstancias las que aportan algo a esta relación. Se ha comprobado que las embarazadas tienen, en su médula ósea, unas células madre específicas que proceden del feto y que luego la mujer las conserva toda la vida, células que, muchos años después, se han encontrado en la regeneración espontánea del corazón de madres que tenían una cardiopatía o en una reparación hepática. Pero, además de este 'regalo' del niño intrauterino a su progenitora, también se sabe que el feto, a partir del quinto mes de embarazo, es capaz de enviar una serie de señales que estimulan en la madre la producción de un neurotransmisor llamado oxitocina, conocida como la hormona de la confianza y el placer, que refuerza la relación de apego entre ambos: la oxitocina, que se acumula durante el embarazo, comienza a liberarse con cada movimiento del feto antes de nacer, en el parto y durante la lactancia, cuando el bebé succiona la leche materna, provocando placer en la madre. A esto se añade que el propio proceso biológico natural del embarazo reduce el estrés de la mujer, puesto que desactiva la hormona cortisol.

Pero no sólo la madre, sino también el padre experimenta este apego al hijo, sobre todo, a través de estímulos táctiles, olfativos y visuales, que refuerzan sus rutas cerebrales ante este sentimiento.

Dicho esto, es más que evidente que el desarrollo del vínculo afectivo entre la madre y el niño por nacer va a depender y mucho de factores como si el embarazo ha sido o no deseado, si los padres han asumido y cómo lo han hecho su papel de padres, de la satisfacción conyugal, de que el parto sea o no prematuro o el embarazo de alto riesgo, de la edad de la madre, del grado de aceptación de su imagen o de sus características psicológicas y emocionales, entre otras muchas.

Fuente: Mujer Actual

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